Nahuami y Madmuasell aprendiendo a amar el hielo

Nahuami y Madmuasell hablaron de varias cosas entendidas, de entretejidos pensamientos sin rumbo que hincaban varios hechos. En la hilación del tiempo sucedido que entre la visión, la intensidad y lo tensado en sus antítesis desplegaba una elevación de un tiempo que había hastiado y que quería desprenderse.

Ah, cuánto cansaba estar perpetuamente explicándose ante los surcos de un sonido maquinal prefabricado por las técnicas (del lenguaje, de los argumentos, que llamaban contrato a lo extorsivo, o que llamaban amistad a la indiferencia de los llamados sin respuesta). Pues allí toda proximidad encallaba en la muerte que se respira en toda precámara de las cortes donde siempre desfila alguien con condena, algún condenado a una muerte metafórica o material. Resultaba una recurrencia de miradas que se regodeaba en el hecho de identificar lo conclusivo, de una identitaria sensación posesiva de una verdad implícita en una gestualidad, de una creencia omnipresente y viril de propiedad respecto de un saber que contenía tanto una interpretación de lo viviente como de sus modos de actuar y de sus deberes para con el ser en cuanto al presunto bien de habilidades para manejarse en lo social con mayores beneficios, cuerdas de lo aceptable y objetivos logros. De allí se derramaban una serie de concepciones. Se consolidaba una gran voz que graznaba desde una caverna sin cuerpo y que solventaba una manada cuya comunión estaba dada por la significación de un sentido asignado a las sombras. Y aunque se imaginara que las sombras eran una entidad difusa o una masa amorfa, esas sombras tenían rostro, se habían visto en su corpor. Se trataba de una avenencia a interpretar los movimientos de esas sombras y a fundar allí la corporalidad de un sentido. En el parloteo respecto de los movimientos de esas sombras, de sus llegadas, de sus acciones esgrimidas en siluetas de lo actuado, de sus dichos recortados de lo que hilan, se coincidía en la afirmación de varias causas y fines. De ese modo resultaba la convicción de que se tenía y dominaba un existir al que muy pronto se asociaba un cuerpo (pero esta vez, este cuerpo, estaba totalmente despojado de la historia en su extensión y de sus nervios). El arrojo de la certeza respecto del desplegado ser que en sus fragmentos nunca llegaba en su figura a ser más que sombras de los ilimitados despliegues de una vida donde se reducía el tiempo de circunstancias, creencias, acciones y principios al postulado de fines, que muy ligeramente se distanciaban del identitario grupal (o comunal) para marcar una filiación, y no sólo, a la vez un destino, a la vez un derecho, a la vez un sesgo. Cuánto importaba la noción de epojé de los griegos pensó Madmuasell. Y cuán preciosa era también la idea de desprenderse del propio ego en todo intento de comprensión de una situación o un suceso (es decir que el ego no era nada por esos cuerpos -más que un gran fastidio presumido de autoacaparazón y engreimiento). Y cuánta maravilla existía en otros modos de poblar que contenían la idea de una escucha encendida de la diferencia imprevisible y una confianza en el don de la esencia de eso latente que busca el amor en el ser con otros, aún en las distancias de cuando falla, allí cuando dice cosas confusas pero sentidas, o confusas pero en la confusión humildemente sinceras (y tal vez, también guardando las distancias). Se precipitaba Nahuami a creer que en ese error había el latido de algo hermanado o del cuidado de lo que se quiere bien por haber venido al mundo y estar agradecido por ello. Se esperaba una nevada. Y luego de eso los cálidos suspensos del juego y de las pisadas en la nieve.

2 comentarios:

  1. el corredor misteriosa28.2.12

    se reduce la luz
    la luz es corta


    El espacio se está expandiendo
    encoge, explota

    cambio de voces, habrá otros
    (tales como palabras)


    salir de las sombras y la cara,
    huellas en la nieve

    :

    cuando pasan lejos, les dan los nombres de

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